Maltrato a animales domésticos

Sin duda, mera casualidad. Pero hace solo unos días, poco antes de celebrarse el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin, podíamos leer en la prensa noticias sobre horripilantes casos de maltrato a animales de compañía.El naturalista británico, autor de El Origen de las Especies, se enfrentó con sus tesis sobre la evolución animal a los rígidos dogmas imperantes en la sociedad victoriana. No debió ser fácil para él. Como consecuencia de sus observaciones, el padre del evolucionismo no solo fue hostigado y ridiculizado por los estamentos más conservadores y poderosos de su época, sino que, además, sufrió graves problemas conyugales y familiares: su esposa era fervientemente religiosa, mientras que él -que lo había sido- fue mudando poco a poco hacia un escéptico agnosticismo (no confundir con ateismo); todo lo cual le condujo a un cierto aislamiento social.Precisamente por la coincidencia con dicho aniversario, me pregunto hacia donde -y cuanto- hemos evolucionado en realidad los humanos. Sobre todo, cuando es evidente que no somos capaces de tratar con respeto ni siquiera a aquellas especies animales a las que -no lo olvidemos- desde hace milenios hemos convertido en nuestros compañeros domésticos a la fuerza. Animales, que ya no pueden valerse por sí solos en sus hábitats naturales, por haberles obligado a adaptarse a nuestro entorno humano, haciéndoles completamente dependientes de nuestra benevolencia o capricho.Y no tan solo porque en España, en aplicación del Código Penal, los autores de los más crueles maltratos a animales solo puedan ser condenados -en los casos más graves- a una pena de tres meses a un año de prisión (por lo que, si carecen de antecedentes penales, dicha pena quedará en suspenso y no irán a la cárcel), sino por la facilidad -que todavía me maravilla- con la que en nuestra sociedad puede adquirirse actualmente un animal de compañía, sin requisito ni control alguno sobre las condiciones en que vivirá, ni tampoco sobre su destino final.Porque (aunque yo sea más partidario de la adopción en refugios o perreras, precisamente para dar a dichos animales una oportunidad que de otro modo difícilmente tendrían) el problema no es el comercio de mascotas en sí mismo. Lo grave, lo que realmente no se comprende, es que el legislador no establezca de una vez algún tipo de control administrativo previo sobre la capacidad y responsabilidad de las personas interesadas en adquirir un animal de compañía, así como algún sistema de supervisión del lugar y condiciones en que vivirá aquel. En la línea -salvando las lógicas distancias- de los controles exigidos a quienes desean adoptar un hijo.Y es que, en la actualidad, hasta el mismo Hannibal Lecter podría presentarse en una tienda de animales y -si va provisto con el necesario fajo de billetes- comprar sin problema una mascota, con la oculta intención de usarla como ingrediente en la salsa o aderezo de uno de sus famosos y peculiares guisos.Por poner sólo unos ejemplos, el pasado verano este diario se hacía eco del hallazgo de una pareja de perros encerrados por algún desaprensivo durante varios días, sin comida ni agua -en pleno mes de agosto, sin una sombra para cobijarse y a temperaturas de casi 40º-, en la terraza de un edificio de Palma (uno, hallado muerto por deshidratación después de una presumiblemente lenta agonía; la otra, moribunda). Y solo unos pocos meses antes -en febrero- la prensa publicaba la fotografía de un pequeño perro colgado del cuello con un lazo corredizo de alambre, clavado a la puerta de entrada al refugio del "Centro Canino Internacional" en Mallorca, con el suelo a unos cinco centímetros de sus patas traseras, donde había fallecido asfixiado por su propio peso después de haber pataleado sin éxito durante interminables minutos o, incluso, horas (al parecer, dicha "valiente" gesta había sido ejecutada por alguien en protesta contra la existencia de dicho Centro).Son solo algunos casos -especialmente llamativos- que salen a la luz gracias a los medios de comunicación. Pero, además, están aquellos otros más corrientes y a los que, por su frecuencia, nos vamos acostumbrando como algo "normal". Me refiero, por ejemplo, a los incesantes abandonos de perros y gatos en verano -ya falta poco para el próximo-, en plena autopista, y a ser posible lejos de casa (no vaya a ser que el precioso y peludo regalito de Navidad, además de haberse revelado meses después como un desgarbado y desconsiderado miccionador, resulte que también es listo el "puñetero" y encuentre el camino de vuelta).Indudablemente, un listado de auténticas "proezas" protagonizadas por nuestra muy evolucionada especie. Quizá por todo ello, de entre la banda sonora de mi infancia me viene a menudo a la cabeza una canción de Roberto Carlos que mi madre escuchaba cuando yo era niña; en el estribillo, el brasileño afirmaba que quería ser "civilizado como los animales". Y también una frase de alguien tan respetado como Gandhi: "La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que son tratados sus animales".

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