Cine "La Ventana" de Ricardo Sorín (entrevista)

Por Leonardo Tarifeño De la Redacción de LA NACION
Carlos Sorín repite la misma frase a lo largo de distintos momentos del reportaje: "Lo importante es lograr el mayor resultado con el mínimo de recursos". Tal parece el mantra del notable realizador argentino, quien con La ventana parece llevar esa idea al máximo de sus posibilidades (y también, de sus riesgos). "La película tenía un guión de setenta y pico de páginas, que de a poco dejé en 36; todos mis guiones tienen unas cien hojas, pero esta vez quité y quité hasta dejar lo esencial -dice el creador de Historias mínimas y El perro -; el cine es una experiencia para hacer entre el realizador y el espectador, y lo que yo pretendo es sugerir, mostrar sin completar. Es el espectador quien debe completar esa experiencia y por eso es fundamental que el público esté abierto a entender modelos narrativos que no son clásicos." El nuevo desafío de Sorín se instala en la historia de un anciano en el umbral de la muerte. No es un reto menor, aunque la película demuestra que ha sido de lo más apropiado para quien se ha empeñado en levantar sutiles monumentos cinematográficos en honor a la delicadeza y al silencio.
-¿Qué tiene en común La ventana con otras películas suyas, como Historias mínimas o El perro ? -Quizás yo sea la persona menos indicada para hablar de mis películas, porque estoy muy comprometido con ellas y pierdo objetividad. De todas maneras, siento, aunque también es probable que no sea así, que La ventana es distinta con respecto a las anteriores. Distinta en su puesta pero también en sus objetivos, entre los que destacaría una mayor valoración de la imagen y la intención de sostener un tempo fílmico. Las otras películas se instalaban en la zona del "pseudodocumental" y sacaban provecho de cierta desprolijidad. Con La ventana, trabajé mucho más la fotografía, quería que las imágenes fueran potentes porque la historia es ínfima, se deshace entre los dedos. Para mí, La ventana es un auténtico ejercicio de cine, en el que las cosas pesan por lo que se ve, no por lo que se dice ni por lo que ocurre.
-¿Fue un reto mayor? -Todas las películas son un reto; si dejan de ser un reto, es porque uno ya se repite. Pero no, en este caso yo estaba muy seguro de lo que quería hacer. Sabía exactamente hacia dónde quería ir.
-¿El objetivo era narrar la vejez? -En realidad, yo diría que el tema es la muerte.
-¿Y de dónde sale esa idea? ¿Hay alguna raíz autobiográfica?
-Yo soy un fanático de Raymond Carver. Incluso el año pasado quise comprar los derechos del cuento "La casa de Jeff", de Catedral , pero no lo logré, lo tuve que dejar. En fin, para mí, el mejor cuento de Carver es "Tres rosas amarillas", que relata los últimos momentos de la vida de Chéjov. Es un relato sobre la muerte, sobre el instante final, ese momento en que el tiempo y la percepción deben tener otra densidad. Y antes de empezar a trabajar en esta película, leí La vida trágica de Chéjov , de Irene Némirovsky, donde se relatan esos últimos instantes de Chéjov, por cierto otro de mis autores favoritos. Eso pegó fuerte en la temática de La ventana , y más aún cuando, hace un año y medio, murió mi padre. Creo que entre una y otra cosa se terminó de cerrar lo que se convertiría en el tema de la película.
-Al revés de otras películas suyas, La ventana está filmada en un lugar fijo, no hay rutas ni viajes. -Así es. La ruta me interesa mucho por la estructura que le da a un relato, pero al mismo tiempo las road movies cansan mucho. La logística pasa a ser más importante que la dirección y uno sacrifica mil cosas por cuestiones logísticas. A veces uno quisiera experimentar y en las películas de ruta eso no siempre se puede. Así que me quise regalar un rodaje distinto, más tranquilo si se quiere, que me diera la posibilidad de reflexionar sobre la película mientras la hacía. Fue la primera vez que pude hacer eso.
-¿Por eso se sentía más seguro a la hora de rodar La ventana ?
-Sí, yo creo que sí, en general mis rodajes son muy caóticos y éste fue muy manejable.
-Todas sus películas suponen un riesgo estético importante: los personajes hablan poco, la acción se reduce al mínimo, a simple vista parecería que no pasa nada. ¿Qué riesgos siempre está dispuesto a correr y en qué no le gustaría incurrir nunca?
-Estilísticamente, yo estoy dispuesto a correr cualquier riesgo si me parece coherente con la obra.
-En el caso de La ventana , la película se construye a partir del sentimiento. ¿Cómo evitó el riesgo del sentimentalismo?
-Bueno, como yo sabía que estaba ese peligro, preferí no enfatizar nada. Que en todo caso, el espectador completara lo que quisiera. Es más: una parte del proceso de edición consistió en sacar la música porque subrayaba mucho la cuestión emotiva. Yo no quería marcarle nada al espectador.
-Entonces, ¿es ése el punto en el que nunca le gustaría caer? ¿En el énfasis puesto en una historia?
-Depende. Pero sí, en general prefiero ser ascético para provocar una emoción. Me gusta llegar al mayor resultado con la menor cantidad de recursos, creo que eso es un arma noble. Por ejemplo, para la escena final de La ventana quise que hubiera un cierto humor, una distancia que evitara el guiño al espectador. Todo el tiempo saqué más y más cosas.
-¿Su cine se parece a la literatura en el sentido de que lo más importante no es lo que se pone, sino lo que se quita?
-Puede ser. Es una buena observación. En La ventana quité hasta lo indecible. El guión, de 36 páginas, era demasiado poco hasta para mí. Estaba asustado. Implica un tempo que yo nunca frecuenté, en el que la cámara se queda y se queda, que exige un espectador activo. La ventana es una ventana abierta. Y es el cine que me gusta: el que transcurre más en la cabeza del espectador que en la pantalla.
¿Cuáles son las mayores dificultades para filmar en la Argentina?
-Yo nunca he tenido grandes obstáculos, y la gran producción de películas nacionales indica que filmar aquí no es difícil. Al menos no una ópera prima. La gran dificultad que yo tengo es encontrar la idea, la historia. Ahí yo navego durante meses, en la total oscuridad, obsesionado por ideas que un día me gustan y que abandono cuatro días después.
-Es autor de novelas, ¿la literatura es su segundo arte?
-No: después del cine, el arte que más me atrae es la plástica, la pintura. Y ojalá el cine estuviera más cerca de la plástica que de la literatura. Yo pienso que el gran problema del cine es el lastre de la literatura, la narración. Es inevitable narrar y ése es el límite. Por eso, las películas que más amo son aquellas en las que la narración es casi inexistente, lo que permite que el cine respire, viva. Eso es cine, o lo específico del cine.
-¿La literatura es la gran rival del cine?
-No, no hay una rivalidad. El cine le debe mucho a la literatura, incluso muchas películas fueron adaptaciones de grandes obras literarias en el origen mismo de la cinematografía. Pero ahora creo que el cine debe independizarse de la narración, en definitiva una herencia de la literatura. Por supuesto, sin llegar a convertirse en una videoinstalación, pero a la búsqueda de la que sea su manera propia de narrar. © LA NACION

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